martes, 29 de noviembre de 2011

La biblioteca

No sé como empezó, pero si lo que causó. Aquel impío edificio perdido, alejado de la mano de cualquier Dios que conozcas. Una biblioteca.

No aparece en ningún mapa y no puedes llegar a ella de maneras normales. Dicen que puedes llegar a através de un sueño (o pesadilla), si lo deseas con todas tus fuerzas. Otros dicen que tienes que encontrar al bibliotecario, que no es humano, y pedirle una cita. Algunos dicen que está doblando a la esquina de esa calle que tanto conoces, pero primero tienes que llevar un gato negro recién muerto en tus ropas. Hay muchas historias de como llegar, pero todas (las que se han sabido) acaban con lo mismo, muerte, locura, terrores indescriptibles, sangre y sacrificios.

"¿Cuanto tengo que pagar por sacar los libros?"
"Es gratis"

Y luego una sonrisa enorme de dientes rgulares y perfectos se ensanchó en la boca del bibliotecario, un viejo de apriencia normal, barba espesa y castaña.
Sabes que no es así, sabes que hay un precio y que nada es gratis en esta dimensión ni en ninguna, aún así te llevas todos los libros que desees, o los que puedas cargar.
Curiosamente en la biblioteca hay muchas revistas, librillos pequeños que contienen solo ilustraciones, como diciendo, "Llevame, soy ligero y contengo mucha información". Lo cual, es bastante cierto.
Oh, y cuantas revistas me llevé, cuantas ilustraciones, datos, cuantas maravillas ocultas y profanas encajaron en mi cabeza en segundos, no podía dejar de llevarme todas y cada una de esas joyas de información. Sabría el futuro, el pasado, el presente. Todo lo que anhelé saber lo descubrí al cabo de dos minutos de pasearme por aquellos estantes prohibidos.

"Ecleria" rezaba una revista en cuya portada unos caballeros con armadura dorada posaban de formas dinámicas. Me llevé unas diez o más. "Los Dioses exteriores" un libro gris, impecable, alto y ligero, mostraba todas las falsas conexiónes de todos los Dioses de la Tierra, una portada bordada en rojo de lo que parecía ser Bafometh adornaba la cubierta. "Noches eternas", un tomo enorme, ancho y basto, muchas ilustraciones y una portada preciosa de una noche estrellada. "Revelrás los misterios de los sueños", decía en la portada. Y un libro jamás miente.

Esos creo que son los que vale la pena recordar, el resto se haya más allá de mi memoria, quizá por una buena razón.

¿Será que son más fáciles de digerir las imágenes que las letras?, ¿o es que nuestras mentes no podrían leer tales palabras para poder armarnos en la cabeza una imagen perfecta de las verdades cosmicas?, quizá solo sea para que todos y cada uno de los humanos de la Tierra se sientan atraídos a esta trampa gigantesca, incluso los analfabetos.

Luego de preguntar el precio, saber que era una mentira y regodearme de mis hallazgos, salí veloz, me esperaba una noche llena de lectura y descubrimientos maravillosos.
Pero me seguían un par de hombres, "Gratis, ya veo por qué". Imaginé que aquellos tipos eran matones que tomarían mis preciosos libros y revistas para luego dejarme sin nada.
Apreté el paso, y me encontré con mi hermana mayor. "¿Que haces aquí?" le grité confundido y preocupado. Extrañada, me respondío sencillamente "Paso por aquí todos los días". Imposible, relamente imposible.
Los extraños parecieron dejar de seguirme al verme acompañado. Curioso.

Luego mi mente es un vacio, más bien, un blanco. Un blanco deslumbrante de conocimiento, tanto que anulaba todo lo que jamás haya pensando a lo largo de toda la vida, y de todas las vidas que me rodeban. Todo lo que sabía era una mentira, desde un nivel atómico, hasta las verdades de dimensiones universales, eran mentira. Mi cabeza era una explosión de colores, nuevas formulas matemáticas que dejaban obsoletas incluso las de Einstein, conocer el significado de la vida y el deambular de las personas sobre la Tierra, comprender la muerte y las frases que nos susurra al nacer, el impecable destino, los oscuros sueños. El caos tomaba forma y me entregaba los planos de la perfección. Quizá solo deliré durante ese periodo de tiempo, ya no puedo estar seguro, todo perdío y ganó claridad en esos momentos, ya no puedo asegurar nada.

Recuerdo que cuando mi conciencia volvió estaba junto a otro cliente de la biblioteca, y era tan solo un niño, no debía siquiera haber besado a su primera mujer, o mejor dicho, niña.

Yacía junto a mi cama (¿por que estaba en una cama?), ensangrentado, con sus tripas afuera, una enorme cantidad de tripas, más que las que tendría un humano promedio. Estaba al borde de la muerte, pero con una sonrisa en los labios y los ojos ojerosos, brillantes, de conocimiento. Me dijo, "Ya sabes que hacer" y me tendío una flauta de metal, muy sucia. Debo haber accedido a ayudarlo por que él me habría ayudado a mí, o tal vez fue el horrendo espectáculo. No lo pensé dos veces y me coloqué el instrumento en los labios. Su textura casí me hizo vomitar y su suciedad no era normal, aún así, sabía que debía tocar dos notas nada más. Me concentré, soplé, y luego huí. No podía quedarme a ver como las tripas se arremolinaban para volver a entrar en su huesped, una a una, bailando, retorciéndose. Huí.

Corrí hasta que ya no me quedaron energías (si es que aún tenía luego de la noche de lectura, delirios y ver como una montaña de tripas entraba en el cuerpo de un niño) y caí en la cuenta de los libros, la biblioteca, el conocimiento, el precio. Debía devolverlos, todos y cada uno. Y volví a hacer un descubrimiento, sería imposible.

Ese era el precio, devolver los libros. Pero en el fondo de mi cabeza algo gritaba enloquecido "LOS HAS PERDIDO" y sabía que tenía razón. No podía recordar nada y ni siquiera sabía donde me hayaba.

Pedí ayuda a mis amigos, que en esos momentos estaban almorzando cerca de los muelles. Accedieron inmediatamente sabiendo el peligro que corría (¿o acaso también eran clientes de la biblioteca y volvían a por sus libros?).
Corrimos como unos posesos, buscando en todos los rincones posibles de nuestras casas, lugares de descanso, cada uno de los volumenes que debía devolver, pero todo fue en vano.
La caja de "Ecleria" (¿era una caja entera?) tenía volumenes de otras revistas comunes y corrientes y la de los libros también.

La pila era impresionante, pero habían más tomos comunes y corrientes que los que había pedido a la biblioteca. ¿Acaso mis amigos creían que podrían engañar a un sujeto que llevaba milenios atendiendo un lugar como aquel?, ¿o es que sentían compasión por lo que sabían que me habría de suceder e intentaban ayudarme lo mejor que podían?, no lo sé, realmente no lo sé.

Ahora, ¿como encontraba al bibliotecario? La respuesta saltó en mi cabeza, solo debía llamarlo, pedirselo, y estaría ahí.
Pose mi mano sobre la barra de un local y lo llamé. Apareció la barba castaña y la sonrisa de autosuficiencia tras unas cortinas, venía encapuchado (y ahora que me doy cuenta, jamás vi sus ojos).

Le pasé la caja, e impediatamente brilló en sus manos, convirtiendo los volumenes que no debían ir ahi en un montón de hojas blancas. Le pasé la pila de libros y sucedió lo mismo. Y luego, un silencio. Un silencio muy marcado, y su sonrisa seguía ahí. Sentí como me miraba y me decía sin hablar ni mover un músculo de su cara. "Faltan libros, señor".

Giré, preguntando a mis amigos, buscando ayuda. Y no vi esperanza en sus rostros. Otros evitaban mirarme, llenos de culpa. De todas formas era mi error, nunca podría culparlos por aquello, y les dije que corrieran, que se fueran lo más lejos posible. Ni siquiera había terminado la frase, cuando ya no quedaba ni rastro de ellos.

Me volví para enfrentar la deuda de la biblioteca. Y una explosión blanquecina nació de mis pies.

Y seguí ahí.

De pie.

No había sucedido nada, o al menos así lo parecía.

Cuando una de mis amigas, Lizeth, se devolvió preocupada y me llamó por mi nombre. Corrí, a reunirme en una mesa, donde el biblotecario me llamaba, junto a él habían otros tres sujetos, dos hombres y una mujer, y todos reían.

Lizeth no vió nada en el rincón donde su voz había hecho eco. Y en la mesa de la esquina del local, tampoco había nada digno de mención.

Sus pasos sonaron vacuos y cansados al devolverse a su hogar.

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Komm, Süsser Tod

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