domingo, 29 de abril de 2012

Dedicado

(Luego de la entrada anterior, Pedro, se sintió obligado -pero feliz, ya que no es una obligación propiamente tal, menos por este medio- consigo mismo a expresar aquello que tiene atrapado entre la cabeza y el corazón.)

¿Has pensado en como sueñan los ciegos?
Si, si, yo también.

Algunos dicen que sueñan con sus otros sentidos. Imagínate soñar un aroma único, o sentir una textura imposible. Pues, si vemos sitios y lugares que jamás hemos visitado, experimentado sensaciones que jamás hemos vivido, ¿te imaginas lo que sería oler cosas jamás olidas, o sentir las nunca sentidas?

Ciegos.

Quizá sean más felices.

Quizás.

Sin embargo, otras cegueras son peores. Mucho peores.

Aquellas que no ven lo que realmente hay que ver. Aquellas que ven lo que quieren ver. Aquellas cegueras que transforman lo real, en algo imaginario. Evadiendo el mundo. Transformándolo. Mal interpretándolo.

Por que es más fácil eso, que darte cuenta que estás equivocado. Profundamente equivocado.
He estado ahí, he estado en esa negrura. La ceguera de la felicidad. Y no es fácil salir de ahí.
Pero no me malentiendan, incentivo a la búsqueda de la felicidad, a la verdadera, no aquella que te ciega y te priva de la libertad.
Libertad ante todo. Libertad de todo... sobretodo de ti mismo. (En mi opinión, claro).

Se hiere el orgullo, la persona, el ego, cuando vas y sueltas lo siguiente: Tu vida es un error. Todas las decisiones que has tomado en tu vida para formarte como persona, están mal. Cambia. Crece.

El individuo no sabe que hacer ni como reaccionar ¿y que hace? Se enoja.

Niega.

Es lo más sencillo. Yo lo hice.
Solo lo hice al principio.

Luego, cuestioné, pensé, traté de ir un poco más allá (cosa que según me dicen, es algo raro en nuestra querida y amada raza humana).

Y entendí.

Era cierto. Es cierto.

Error. Error tras error. Errores invisibles. Errores mudos. Errores de errores de errores que creías que eran aciertos. Y te frustras. Y lloras. Y desesperas. Luego vuelves a negar, te hieres, te indignas. Pero no contigo, no, tu hiciste todo bien, tu sabías perfectamente que hacer y cómo, incluso te decías a ti mismo que te equivocabas (quizá en cosas pequeñas) todos los días, para así "crecer".

Pero no.
Sabes que no.

Una vez abres los ojos, no hay vuelta atrás.

Es... interesante todo el asuntillo, más, a mi pesar, he de admitir que siento mucha pena (no se malentienda con lástima, por favor) por aquellos que no ven.
Es una pena real, una pena visceral, tangible, real y duradera. Por que sigues viendo, ya abiertos los ojos no se cierran.

Ves.

¿Y que ves, te preguntarás?

Ves otras personas en idénticas cárceles que aquel día tu llamaste hogar. Cárceles hechas de felicidad, de mentiras. Con barrotes de cuentos chinos y candados de "no-no-esto es así". Cómodas. Amigables. Monstruos de suave terciopelo con cálidas piscinas de sangre. Pero principalmente mentiras.
Auto engaños diseñados para no ver lo que sabes que está ahí. Y lo sabes, tú lo sabes, yo lo sabía, el mundo lo sabe.

Y eligen no ver.

Eligen negar.

No desean ver más allá.

Miedo.

Mentiras.

Miedo y mentiras.

Pena... ¿ya ven por qué no puede ser lástima, lo ven?
No... quizá no... pero si yo pude, sé que tu también.
A mi me obligaron. Me sacaron a palos de mi cárcel.

Espero no llegar a ese punto, por que además de costar mucho esfuerzo, no poseo (aún) la capacidad de golpear de ese modo. Me gustaría (de verdad que sí) tener esa habilidad, pero no es mi modo, no es mi aptitud.

Ahora debes creer dos cosas.
1.- Que si puedes ver.
2.- Que eres feliz.

De todo corazón y sin sarcasmo, ni envidia, espero que lo seas.
Pero yo te ví, vi más allá, un poco más allá quizá incluso de lo que tu mismo viste. Por que estuve ahí contigo como compañero de celda, aunque no hablamos mucho. Quizá sin las caretas ni mordazas nos hubiéramos entendido mejor. O de partida sin las vendas podríamos habernos visto.

Y cuando pude salir.

No vi felicidad en ti.

Yo terminé enamorándome de ti y sé que el sentimiento era (es) verdadero, estuvo ahí, te quise (te quiero), te vi en esa jaula e hice desesperadamente todo lo estaba a mi alcance para que te dieras cuenta.

De tu error.
De tu arrogancia.
De tu ceguera.

Tal vez no debí desesperar.
Debí ser más listo.
Más realista.
Mejor.
Te herí.
Y no me arrepiento.
Por que fue (es) real.
Todo fue (es) real.

No pudiste ver el cambio en mí, me seguías viendo tal cual. Pensaste que me disfracé, y que mis intenciones eran funestas, oscuras, malvadas, abyectas, perniciosas, como un puñal en la espalda.

Quebré una espada (amistad).
Intenté fundir la hoja y convertirla en amor.
Traté de liberarte con ese filo.

Y fallé.
No viste.
Lo hice todo mal.

Me ganó el corazón. Desesperé.

Si estas tu ahí afuera, tras la pantalla leyendo esto. Trata de salir. Por favor. Date cuenta del error en que estás. Te lo ruego, como padre, como hermano, como amigo, como madre... te lo ruego, por amor. No quiero que despiertes un día, 5 años más tarde, casado, 3 hijos, y digas: Esto es una mierda, ¿que hice yo para merecer esto?
Y no podrás ver, que hace 5 años atrás, fuiste tu mismo quién torneó esa bala, le inscribiste tu nombre y no le dejaste puesto el seguro a la pistola.

Sé honesto contigo mismo.

Brutalmente honesto.

Es un buen primer paso.

Te quiero (aún te quiero) y de verdad.
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Léelo nuevamente si te hirió.
Hasta que entiendas.

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