martes, 1 de mayo de 2012

Aquello parte 2

"Y en mi tumba quiero que escriban: Nunca hubo nada lo suficientemente obvio para P.L."
P.L.

Buen día, me llamo Charles, tengo 35 años, vivo en Londres y les contaré algo más de mí.

Soy un tipo común y corriente como tú, tengo un trabajo común y corriente como la mayoría. Poseo mis defectos, como desconfiar de la gente cercana, reírme en momentos inapropiados, un torcido humor por lo cruel (solo en cosas no-verídicas, que conste, no soy un imbécil), y muchas manías como tomar cierta marca de café, u ordenar los palitos de fósforos de cierta manera en la caja. Tengo mis virtudes, soy inteligente, observador, ayudo cuando es necesario (y si me lo piden), no tengo mala voluntad (suena distinto a decir "tengo buena voluntad", ¿no les parece?) y no suelo escupir mucho.

Aunque también tengo aquello.

¿Será una virtud o un defecto? A estas alturas más me parece un don, o maldición, viéndose con distintos ojos.

Me gustaría saber cuando empezó todo. Recuerdo de pequeño no tener esa dichosa voz en mi cabeza. Esa voz tan divertida (pero que se divierte ella sola) y tan afable. Fui un niño una vez, uno bien inquieto y preguntón  con una familia algo... diferente. No es que me queje de ellos, ni que fueran unos ogros, solo son... diferentes. Mi padre por ejemplo, a muy temprana edad me leía cuentos que hubiera aterrado a hombres maduros y devotos. Mi madre se ensimismaba en las historias de vecinas (chismes, cotorreos, chiquillas preñadas, viejos verdes y todo cliché fácil de vender en un libro y que la gente morbosa adore) para crear historias para sus libros. En las comidas, mejor dicho, luego de las comidas toda familia habla y comparte opiniones, frustraciones, algún detallito que otro, se fortalecen los lazos familiares y cosas así. Nosotros hablábamos de la muerte, de la insignificancia del ser humano en relación a la del universo, la dicotomía del bien y el mal, la existencia de Dios, prejuicios, sueños extraños y pequeños delirios personales, pero sobretodo hablábamos de la muerte. Recuerdo todo desde los 6 años. Crecí así.

Quizás en parte eso alimentó una parte de mi, una parte mágica y con interés por lo sobrenatural (o lo que se diga sobrenatural), quizás así empezó todo. Quizás se dividió mi mente en una especie de esquizofrenia y ahora solo deliro. Quizás nunca nací, y lo que ahora vivo son las ilusiones de un pequeño feto muerto. Quizás se empezaron a introducir en mi las sombras lentamente, esperando, calculando. Quizás Dios me mira, y me ha elegido. Quizás incluso no me pasa nada realmente.

(¿Ven como pierdo el hilo y empiezo a divagar?, ahora ya mayor no me sorprende que en mi familia termináramos hablando tantos temas tan diversos y quizá extraños)

Quizás si, quizás no.

Aún así, recuerdo todo eso pero no recuerdo la voz.

Para que hablar de mi niñez, era el rarito del grupo, el de la ideas macabras (pero no ilegales), el que prestaba atención a los mayores (esa si es más rara aún, ¿no les parece?), el que sobresalía sin estudiar, el que lo tenía todo, el que era feliz... feliz, pero solitario. Nadie hablaba mucho conmigo, y no le llamemos a un protocolar: "Hola, ¿como estás?" dicho en monótono por cortesía a por ejemplo las conversaciones con mis padres. Aunque... no recuerdo a nadie con quien en algún momento pude hablar tranquilo, más bien, con propiedad. A la mayoría le decía la palabra adusto, o fascinante, y recibía burlas, o una cabeza ladeada con cara de -¿en que idioma hablaste?-.
El sentimiento comenzó a notarse, a asentarse... debió ser en esos momentos. Pequeño, vulnerable, bastante crédulo donde se gestó la voz y donde empezó a surgir aquello. Quizás darle un nacimiento con fecha y año sería demasiado (aunque me gustaría), pero fue algo tan progresivo, algo tan... engatusante y trepador.

Si... si, debió ser por esa época.

Y fui creciendo con aquello dentro como si fuera el más horrendo feto invisible para dar a luz un gracioso don, o maldición, como maldita sea quieran llamarlo.

Desde los 6 a los 12 años mi vida fue bastante estable, algo monótona a ratos, pero con buenas calificaciones, ¿que padres diría que su hijo está mal? Quizás demasiado monótona y por eso digo que no recuerdo bien esos años, no es que no los recuerde, es más bien que la cronología sería tan pareja, tan repetitiva, tan perfectamente aburrida en sucesos que nadie podría creerlo. Diablos, ni siquiera yo lo creo ahora. Fueron años estáticos desplazándome, y no-desplazándome, lentamente por la vereda de la vida.

Pero crecí. Mi cuerpo creció. La gente a mi alrededor creció.

Cambios.

Empezaron los cambios.

Me imagino que 6 años no es suficiente para que se geste aquello dentro de un ser humano. No, señor.

Veía a otros niños jugar con otros niños y niñas. Oh, niñas. ¡Seres del espacio exterior y son tan extraños! (huelen... bien...). Niños que corrían, que se desafiaban, niñas que gritaban y chillaban alegremente, golpes, risas, llanto, emociones... emociones.

Yo observé.
Me observé y los observé.

 Y hablé de la muerte con mis padres, de la muerte y de las niñas, del universo y de las niñas, de la naturaleza divina del pecado y de las niñas. Niñas. ¿Niñas?
Continuaron los cambios. Aunque algunas cosas se mantuvieron. Mi querido Padre y mi querida Madre continuaban a su ritmo con sus vidas (y como culparlos remotamente de cualquier cosa, a fin de cuentas también son personas), mi Padre y sus bromas de mal gusto, mi Madre y sus absurdas quejas de la vida. Quizá no absurdas para ella y quizá camuflar ranas en las tazas de té de las personas sea gracioso para algunas personas. Quizás.

Pero mi universo cambió. Empecé a ver más cosas. Me di cuenta (sin darme cuenta realmente cuanto) que podía ver. Y un susurro. Una pequeña voz habló. Rió, diciendo

- ¡Ja!... míralos- y fue como oír decir a un tremendo gigante con el cerebro de Albert Einstein: "Vaya, hormigas"

Fue sutil, pero despreciativo. Surgió el desprecio. Emociones.
Mi universo cambió, más mi vida siguió estática. ¡No sabía hacer otra cosa! y tampoco tenía a nadie que me dijera: ¡Vamos cobardica!, ¿que es lo peor que puede pasar? Para atreverme así a interrumpir esa estática.

Otros 4 años.
Ahora oscuros, mucho más oscuros ahora que los recuerdo.

Si... ah, si.

Continué viendo, si. Pero recuerden como estaba solo, como no podía hablar con nadie más, como secretamente o inconscientemente los despreciaba a todos por ser inferiores a mí. Ah... la juvenil arrogancia. Y el egocentrismo, todo se trataba de mi a los 16, y todos me miraban a mi, y sus miradas dolían, por que no traían más que eso, miradas... ningún acercamiento, ¡y como dolió!... dolió tanto estar tan solo y "acompañado". Dolió. Emociones... recuerdos. Me moldeé a aquello, o quizás aquello me moldeó.

Misma historia, distintas versiones, dicen.

Así llegué a los casi 18 con aquello ya bien gestado, arraigado. Le di tiempo de echar sus raíces (¡y de haber sabido lo que pasaría las hubiera arrancado con los dientes!) y generar sus oscuros "frutos".

Fue a esa edad cuando experimenté por primera vez y a conciencia aquello.


Con una chica.

Dicen que nunca olvidas tu primer beso. Me imagino que todas las historias de primeros besos son interesantes o al menos graciosas. Con un pequeño chascarrillo incluso. O con una gran pelea a punta de patadas y puñetazos. Mil versiones. Misma historia. Pero siempre hay una mil uno.

Había una chica, Karen, cabello negro como el ala de un cuervo y tez blanca como la luna. Tan hermosa era. Tan inteligente también. En mi mente lo era todo (porque vamos, a mis 18, y edad mental de 16 o 12, ni con el corazón amaba). Encerraba todo lo que más podría atraerme jamás de los jamases. Lo mejor de todo era que asistíamos a la misma escuela. nos veíamos a diario y solíamos conversar bastante cada vez que podíamos el uno con el otro. Fue muy grato, todo fue mucho muy grato.

Busqué ocasiones, si, ella me dio otras, también.
Y les contaré que pasó.

Apareció la voz y se manifestó aquello por primera vez.

Hubieron muchas fiestas antes, en casas de amigos y vecinos, donde la música era estridente y el alcohol controlado. Habían un par de adultos, pero nos dejaban bastante a nuestras anchas. Que decir de los chicos más gamberros, soltaban agarrones a diestra y siniestra, otros más osados aún se declaraban en público ante toda la clase (o dos o tres clases enteras) y otros más precavidos lo hacían pre o post fiesta.

Pero esa fiesta, ese primer beso, fue en la escuela. En un baile grande de esos que organizan casi por que es una tradición inscrita en piedra por algún Dios de los bailes.

A aquello quizás le hizo gracia. O quizás poseía un extraño sentido del humor. Quizás si, quizás no.

Y lo recuerdo, lo recuerdo muy bien.
Después de todo, el primer beso no se olvida, ¿eh?

Imagínenlo. Gimnasio vacío, muchas luces bien puestas, un decorado flagrante, ponche, bebidas (algo de alcohol infiltrado de seguro), bocadillos, excelente música, chicos y chicas con sus mejores y más elegantes trajes. Casi como en las películas. Casi.

Por que ahí había un chico solitario y perfectamente apuesto (con un aire algo extraño) de buen traje y pelo engominado y al lado de él, a unas dos sillas una chica perfectamente hermosa con su vestido negro noche y el pelo en una bellísima cascada de rulos.

De ser una película ambos hubieran sido los personajes principales, coronados Rey y Reina, el chico tendría un mejor amigo y la chica cientos de (envidiosas) amigas mirándolos y vitoréandolos.

En este mundo, mi mundo. Las cosas marchaban diferentes. Me moría por invitarla a bailar, pero no sabía como, y no sabía bailar (solo había leído un libro y memorizado mecánicamente cada uno de los pasos). Además veía señales, veían como jugaba con su cabello, podía observar y captar esas miradas juguetonas, su rubor, su sonrisa. Todo era una invitación.

Ahora que lo recuerdo, debió haber sido la voz la que me dió el primer impulso diciendo:

- Uh!, mira que buena está, ¿que esperas bobalicón?- y luego esa risa seca, casi como una tos, o un jadeo de perro.

De pronto sucedió sin más, como si un individuo de otra galaxia hubiera tomado prestado mi cuerpo y se hubiera sentado en la cabina de control para hacerme levantar de la silla, movió las palancas y apretó los botones, pero yo no sentía como que quisiera hacer eso, fue ese pequeño hombrecillo, él me tripuló y así me sentía, ajeno a mi cuerpo, tripulado.

Y cómo navegaba ese hombrecillo, fue perfecto. La inclinación de la mano, la sonrisa cuidada, y el firme pero amistoso: "¿Bailemos?" que sabías que ninguna chica con 2 dedos de frente rechazaría. Karen tenía unos 3 o 4, su respuesta fue más que inmediata, pero cuidando sonar desinteresada. No era para nada una chica fácil, realmente no lo era.

Dancé ajeno a mi cuerpo aún, como en un sueño.
Tomé su cintura, meneé mis caderas. Las hermosas negras cascadas que eran su cabello sacaban brillos a las luces comparables a las estrellas. Era una delicia visual, táctil y aromática, su cuerpo olía a jazmín. Yo tan solo esperaba estar a su altura, esperaba ser suficientemente bueno, esperaba que no todo fuera un sueño y esperaba que esa sensación de estar metido en una escafandra a unos 1000 metros bajo el mar fuera solo nerviosismo.

Pero era aquello.
Sentía su risa en mi cabeza como diciendo:

- Si, disfruta. ¿Lo estas pasando bomba no?, relájate hombre todo saldrá de perlas - y reía


Terminó la fiesta, la música, y los jóvenes ebrios (que se suponía no debían estarlo) se retiraron cada quién por su lado.

Yo llevé a Karen hasta su casa, nos fuimos tomados de la mano de una forma tan natural, como si lo viniésemos haciendo desde la invención de la ampolleta.
Y llegó el momento, un momento que todo hombre (espero, si no, la gran mayoría) ha pasado. Sería un cliché, pero no lo es, por qué es cierto.

Ella en el portal de su puerta, una elegante puerta con un rectángulo en medio donde un cristal ahumado y con unos graciosos querubines incrustados lo adornaban (quizá hasta nos vitoreaban en su mundo de cristal), una lámpara muy linda provocaba la cantidad justa de luz para que nos viéramos el uno al otro sin problemas. Y el final. Todos saben como termina esa película no.

Excepto que aquello susurró.

- ¿Preparado Charles? 


Creyendo que era mi mente dándome ánimos sonreí. Debí haber sonreído de la manera indicada, por que Karen también sonrío.

Aún tomados de las manos, bastante firmemente el uno al otro (quizá también era el primer beso de ella, pensé), acercamos nuestros rostros, y nos besamos.
Fue largo, hermoso, con un estallido de luz blanca en mi cabeza. Y mi sombra proyectada sobre la de ella. Sobre el piso de la entrada. Se proyectaba hasta la puerta.

Tomé sus manos, su cuerpo se empezó a separar del mío, como tirando. Yo pensé que ella se había vuelto algo tímida y yo en ese momento de victoria personal no estaba nada tímido, así que tiré, y su cuerpo se volvió a alejar, como imantado, esta vez con algo más de fuerza. Y luego... luego. No supe muy bien que pasó. Me adelanté un paso, pero retrocedí. Luego me di cuenta que ella también retrocedió sin siquiera moverse. Ella se acercó, pero no podía, yo me acerqué, pero no podía.
Enojado, di un enorme salto y ella también (pura coincidencia). Nos acercamos el uno al otro, pero sin poder lograrlo, estuvimos a unos centímetros... milímetros. Y era como si una fuerza invisible nos separara al uno del otro, como un cable de grúa que nos sujetara a cada uno por la espalda y lo tirase un tren.

Salí despedido hacia la calle. Rodé y me levanté, lleno de una profunda e inquietante incredulidad, polvo y un rasguño en la mejilla.

Karen salió despedida hacia la puerta, la elegante puerta con el vidrio ahumado de los querubines en medio, su brazo derecho lo había traspasado por el impacto rompiéndolo y cortándose. Quedó colgando de él a medias, y se veía una parte del querubín en el marco, y la otra desaparecida en la blanca y tierna carne de su antebrazo. La sangre manaba limpiamente por la elegante puerta. Chorreó su vestido y el piso. Brillaba tan roja a la luz de la lamparita.

Y ella ahí, una parte shockeada, otra horrorizada y aterrada, aún con la boba sonrisa del primer beso en los labios.

Di un paso y me detuve.

Ella se incorporó y se detuvo.

La sangre corrió alegremente por el brazo.

El tiempo se detuvo.

No hacían falta las palabras, ella también había visto al tipo raro y solitario todos los días en la escuela. Además, su mirada lo decía todo, sus ojos febriles, delatarían incluso la mejor mentira que pudiera crear. Solo le quedaba el horror y la incredulidad.
Empezó a negar lentamente con la cabeza y a levantar el brazo bueno, para mirarse la mano, en un gesto que gritaba sin gritarlo: "Esto no está pasando".

Sus padres salieron a ver que había sido ese ruido.

Eso me hizo reaccionar y huí.

Así mismo, sin más ni más.



Los primeros besos jamás se olvidan.

1 comentario:

R-chan dijo...

Creo que no necesito más palabras que un simple y contundente WOW
Necesito más u.u
:D

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Komm, Süsser Tod

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